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domingo, 22 de mayo de 2016

PRIMERA CUERDA- Mi- Las Maravillas- 8

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Diego Torres de Castro, el guitarrista barcelonés reconocido a nivel mundial, había fallecido con tan solo cuarenta años de edad . A su vez, nació una nueva leyenda musical. Al parecer, el músico había sido estrangulado con la sexta cuerda de su propia guitarra.

El médico forense certificó la causa de muerte por asfixia y mencionó en su informe una cierta cantidad de alcohol y de antidepresivos que había encontrado en el cuerpo. Se decretó un estricto secreto de sumario y al público no se le comunicó la causa real del fallecimiento.

Los periodistas enloquecieron y en todas las cadenas de televisión y prensa escrita hablaban del asunto. Cada uno tenía su propia teoría para justificar la muerte de Diego. La más aceptada entre ellos era la del suicidio. Las causas con las que lo justificaban iban desde problemas matrimoniales, con su padre, depresiones o enfermedades mentales no diagnosticadas. Un reconocido reportero incluso apuntó a un consumo de drogas por parte del finado.

Rosario no recordaba nada de lo que había seguido al encuentro de su marido fallecido. Las imágenes de ese instante se presentaban en su cabeza como en una nebulosa.

Por suerte para ella, Luis asumió todas las responsabilidades que implicó el hacerse cargo de los restos del guitarrista después de la autopsia, desde la preparación de la ceremonia, avisando a familiares y allegados,  pasando por la interminable y odiosa burocracia y terminando en cuando el operario municipal colocó la lápida de mármol sobre el nicho.

El Palau de la Música se ofreció para ser el lugar donde se celebrara un acto en homenaje al desaparecido músico, que fue enterrado en el Cementerio de Montjuïc, junto a los restos de su madre, María Teresa de Castro, a quien Diego siempre se había sentido muy unido. Ahora descansaban juntos para siempre.

Rosario recordó el frío reencuentro que había tenido con Fermín. El anciano padre de Diego tan solo hizo acto de presencia en el camposanto. Lo encontró muy avejentado, confinado en su silla de ruedas. Siempre había tenido una pésima relación con su hijo. Aun así, Diego había tenido la deferencia de internar a Fermín en una magnífica residencia para que estuviera bien cuidado hasta el ocaso de sus días. Ella pensaba que aquel hombre de verdad era odioso y malvado. Debería de haber estado en el lugar donde yacía su marido.



   





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