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Diego Torres de Castro, el guitarrista barcelonés reconocido a nivel mundial, había fallecido con tan
solo cuarenta años de edad . A su vez, nació una nueva leyenda musical. Al
parecer, el músico había sido estrangulado con la sexta cuerda de su propia
guitarra.
El médico forense
certificó la causa de muerte por asfixia y mencionó en su informe una cierta
cantidad de alcohol y de antidepresivos que había encontrado en el cuerpo. Se
decretó un estricto secreto de sumario y al público no se le comunicó la causa
real del fallecimiento.
Los periodistas enloquecieron y en todas las cadenas de
televisión y prensa escrita
hablaban del asunto. Cada uno tenía su propia teoría para justificar la muerte
de Diego. La más aceptada entre ellos era la del suicidio. Las causas con las
que lo justificaban iban desde problemas matrimoniales, con su padre,
depresiones o enfermedades mentales no diagnosticadas. Un reconocido reportero
incluso apuntó a un consumo de drogas por parte del finado.
Rosario no recordaba nada de lo que había seguido al encuentro de su marido fallecido. Las
imágenes de ese instante se presentaban en su cabeza como en una nebulosa.
Por suerte para ella, Luis asumió todas las responsabilidades que implicó el hacerse
cargo de los restos del guitarrista después de la autopsia, desde la
preparación de la ceremonia, avisando a familiares y allegados, pasando por la interminable y odiosa
burocracia y terminando en cuando el operario municipal colocó la lápida de
mármol sobre el nicho.
El Palau de la Música
se ofreció para ser el lugar donde se celebrara un acto en homenaje al
desaparecido músico, que fue enterrado en el Cementerio de Montjuïc, junto a
los restos de su madre, María Teresa de Castro, a quien Diego siempre se había
sentido muy unido. Ahora descansaban juntos para siempre.
Rosario recordó el frío reencuentro
que había tenido con Fermín. El anciano padre de Diego tan solo hizo acto de
presencia en el camposanto. Lo encontró muy avejentado, confinado en su silla
de ruedas. Siempre había tenido una pésima relación con su hijo. Aun así, Diego
había tenido la deferencia de internar a Fermín en una magnífica residencia
para que estuviera bien cuidado hasta el ocaso de sus días. Ella pensaba que
aquel hombre de verdad era odioso y malvado. Debería de haber estado en el
lugar donde yacía su marido.
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