3
Ya habían pasado más de cinco horas desde que había dejado a Diego en su camerino del Palau de la Música y este aún no había llegado a casa. No obstante, Rosario no se alarmó. Conocía desde hacía años el carácter de su marido, consecuencia directa de su genio musical, aunque estaba más agravado desde hacía unos días.
La pasión por la guitarra de
su marido era lo que la había conquistado ya hacía unos años, cuando acompañada
de su amiga Mónica habían acudido a un concierto del gran Diego Torres, en el
Auditorio Maestro Padilla de su Almería natal.
Hubo un instante,
cuando los enormes ojos azules del músico se abrieron y
miraron en dirección a los suyos, en que sintió que él estaba tocando solo para
ella. Había sido una experiencia casi mística. Él acariciaba las cuerdas con
suavidad a veces y apasionadamente muchas otras y Rosario se sentía como aquel
instrumento que estaba entre sus manos. Los acordes que brotaban de aquella
guitarra eran como los gemidos de placer de una amante entregada.
El concierto terminó
demasiado pronto para ella y Diego se retiró a su camerino:
—Vamos
a ver si nos firma un autógrafo—animó a Mónica.
—Es
muy tarde, tengo que volver a casa ya o mis padres me matarán—dijo su amiga,
que tenía unos progenitores demasiado severos.
Rosario tenía bastante más
libertad en cuanto al tema de los horarios. Se había ganado la confianza de sus
padres con sus excelentes resultados académicos.
—Bueno,
pues yo voy a probar. Nos llamamos mañana. Buenas noches.
—¡Qué
suerte tienen algunas! Cuidadito con lo que haces. Nos vemos.
Rosario se dirigió al
camerino. El teatro se había vaciado y ella había conseguido colarse
aprovechando una distracción de los acomodadores.
No encontró ningún tipo de barrera humana ni material que le
impidiera llegar a su destino. Entonces llegaron las dudas y los miedos. Ya no
estaba tan segura de que fuera una buena idea. Pero esa puerta le separaba de
aquellos hipnóticos ojos azules que la habían hecho volar tan solo hacía un
rato. Y se moría de ganas de volver a caer dentro de ellos.
—¡Venga,
Rosario, “pa’lante”!—se dijo a sí misma, mientras levantaba el puño para
llamar. No llegó a hacerlo. La puerta se abrió y apareció un chico
moreno, de estatura
media y ojos marrones que se quedó sorprendido al verla.
—¿Puedo ayudarte en algo?—acertó a decir aquel muchacho,
a todas luces impresionado ante la belleza de ojos verdes que tenía delante
suyo.
—Eeeh… Yo… Bueno, yo quería
un autógrafo de Diego Torres —contestó ella. Se sentía como una colegiala
pillada en plena travesura.
—¿Con
quién estás hablando, Luis?—se oyó desde dentro.
—Es una fan. Quiere que
le firmes un autógrafo —respondió el
aludido mientras con su mirada continuaba estudiando aquella desconocida.
—¡Ah!
Deja que pase y se lo firmo mientras tú vas a buscarme la copa que me has
prometido—dijo aquella voz.
—Como quieras—respondió Luis mirando al interior y, volviéndose hacia la chica,
la invitó a que pasara. Acto seguido salió y cerró la puerta.
Rosario todavía no se podía creer
lo que estaba viviendo. ¡Estaba en el camerino del mismísimo Diego Torres!
Cuando se lo contara a su amiga Mónica no iba a creerla. Sintió que el corazón
se le aceleraba en el pecho.
Allí estaba el famoso
guitarrista con una bata que cubría su cuerpo. Su pelo largo y humedecido caía
en suaves ondas. Acababa de salir de la ducha. Aquellos ojos tan claros
parecían una broma en medio de su piel canela.
—Hola —acertó a decir Rosario.
—Hola. Así que quieres un
autógrafo —respondió el artista—. Bien, ¿dónde te lo firmo?
—Oh, pues yo…—Se sintió ridícula.
Acababa de recordar que había vaciado su bolso justo antes de ir al concierto—.
Creo que no llevo ni lápiz ni papel.
—Bien, no dejaremos que eso sea un problema. ¿Qué tal si llamo a Luis y le pido que, en vez de la copa
de ahora, nos traiga mañana el desayuno y que nos compre una libreta y un
bolígrafo?
Rosario no creía lo que estaba
viviendo y se sorprendió aún más cuando se oyó a sí misma:
No hay comentarios:
Publicar un comentario