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Al cabo de un rato, el doctor Gutiérrez salió de su despacho y al cruzarse con la hermana
Pilar le dijo:
—Hermana, venga a ayudarme a hacer una cura.
—Sí, doctor.
Cuando él se aseguró de que
nadie los podía ver, agarró a la religiosa por el brazo y le dirigió una
irritada mirada a la vez que le endilgó:
—Es la última vez, hermana
Pilar. ¿Me ha comprendido? No pienso seguir cubriendo sus artimañas y dando la
cara ante esta pobre gente que lo único que ha hecho es traer un hijo al mundo.
¿Entiende lo que le digo, hermana?
La monja sonrío de una manera tan
siniestra que el médico no pudo evitar dar un paso atrás.
—¿Pobre
gente dice, doctor? ¿Me está hablando de la misma gente a la que usted explicó
que su hijo policía nacional había muerto, ocultándoles que, en realidad, había
hecho todo lo posible para que eso ocurriera?
—No es lo mismo y usted lo sabe. Estaba empezando a
ejercer. El maldito gris me golpeó salvajemente en una
manifestación en mi época de estudiante. No olvidé su cara y cuando lo encontré
en una de las habitaciones de las que yo era responsable…—Replicó el médico.
—¡Claro!
No pudo evitar aumentar la dosis del fármaco intravenoso. Eso fue lo que le
hizo fallecer en pocas horas ¿verdad?-cortó la monja.
— ¡Eso era un secreto de
confesión! —protestó él.
—Ya sabe que el padre Serafín y yo gozamos de una gran amistad y confianza-rio
ella—. Doctor Gutiérrez, escuche con atención—espetó mientras se zafaba del
médico—, seguirá usted ayudándonos siempre que se lo pidamos. ¿Ha quedado
claro? Considérelo una penitencia por su, digamos, pecado mortal.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
¡NO TE QUEDES CON LA INTRIGA!
¡CONSIGUE YA "LA SEXTA CUERDA!
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