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Brillante. Sublime.
La última nota de “La
Búsqueda” se diluyó en la sala y solo entonces su autor e intérprete abrió los
ojos.
Un segundo después,
el público que llenaba el Palau de la Música Catalana inició una apasionada ovación
que se prolongó durante varios minutos. El recital había sido espectacular.
Lo peor ya había pasado. Los nervios
del directo iniciaban en esos momentos su declive. Diego Torres había triunfado
otra vez en Barcelona, la ciudad que lo
había visto nacer y crecer. El disco y el vídeo del concierto serían un éxito
de ventas. Las críticas de la prensa iban a ser excelentes. Estaba seguro.
El famoso
guitarrista llevaba varios años actuando en grandes teatros del mundo, ante los más
diversos espectadores. Aún así, no podía evitar la gran tensión que sentía cada
vez que presentaba un trabajo nuevo. Solían absorberlo durante muchos meses, en
los que trabajaba aislado, a pesar de estar rodeado de un gran equipo humano.
Esta vez había conseguido componer su último disco en muy poco tiempo. Miró a
las dieciocho musas que le rodeaban, pintadas en la pared del escenario y les
dio en silencio las gracias.
Rosario, su mujer,
apareció en el escenario
enfundada en un elegante traje negro y luciendo su mejor sonrisa. Llevaba un
gran ramo de rosas rojas que entregó a Diego y le dio un efusivo beso en los
labios. Junto a ella, estaban Luis, su asistente y todos los que habían hecho
posible aquel trabajo. Sintió una ausencia en aquella noche tan especial: la de
su madre. Hacía tan solo dos años que Doña María Teresa había abandonado este
mundo, dejándolo casi huérfano.
Después de una sentida
ovación, el público inició la salida del Palau y Diego se dirigió al camerino.
Rosario lo siguió y él la increpó:
—¡Déjame solo!
—Pero…- balbuceó ella.
—¡Te he dicho que me
dejes solo!—Cortó Diego, encerrándose con un sonoro portazo.
Se encontraba en un estado anímico muy frágil del que solo se había olvidado durante
la actuación.
Diego se sentó ante el espejo. La
visita que había tenido esa misma semana le había removido viejas heridas. Puso
la cara entre sus manos y rompió a llorar con gran sentimiento.
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